Friday, June 16, 2006

EMPUJA, EMPUJA QUE TE QUEDAS ABAJO

A las 7 de la mañana comenzaba mi día este verano de 2006. Por desgracia me había tocado hacer mi práctica como periodista en pleno verano, y por cierto, el calor comenzaba desde las tempranas horas. “Gracias a Dios” pensaba me puedo ir en el metro. Claramente era el medio de locomoción más rápido, seguro y cómodo, que comprendía existía hasta la noche antes del comienzo de mis días laborales.

Dios mío qué nerviosa estaba. La estación de metro más cercana a mi casa se encuentra a unas tres cuadras largas; interminable camino. Odiaba caminar, pero era el medio de locomoción más rápido, seguro y cómodo. Llegué al metro. Mi ojos se abrieron como nunca a esa hora, cuando me voy fijando en la cantidad de gente que subía en los vagones de tan alabado transporte, pensé “Dios mío, mejor me voy caminando”. Y así comenzó la odisea por subirme al metro, para poder llegar a mi lugar de trabajo relativamente temprano. Entraba a las 9.30, eran las 8.40 y me destino era lejano. Por cada vagón que pasaba mi desesperación aumentaba al no poder subirme a ninguno de ellos… Y corría al primero, y después al último vagón… y nada… no había especio ni para mi, ni para muchos otros, que también buscaban llegar a sus empleos.

Luego de algunos minutos me percaté de algo, que aunque hace años lo tenía en mente, no quería asumirlo. Es que tantas Teletones, campañas del Hogar de Cristo, Techos para Chile, colectas para Coaniquem, la Fundación las Rosas y múltiples acciones de solidaridad para con artistas enfermos, alcohólicos, drogadictos, etc. que me resistía aún más a pensar que me encontraba enfrente de los chilenos más egoístas que jamás se hubiera pensado, y seguramente, los más acaparadores de América Latina; lo peor de todo era que yo me atrasaba aún más, y a nadie le importaba, sólo a mi.

Logré subirme a uno de los trenes. Pero algo tenía que hacer para solucionar mi traumático problema. Así que me levanté aún más temprano al día siguiente…algunas veces tenía suerte, por que la verdad es que de eso era de lo que hablábamos, suerte, y por supuesto no era de encontrar personas amables, cooperadoras, y por supuesto, solidarias, sino, de que había ido menos gente a trabajar, lo que sucedía por lo general el día viernes. ¿De qué país solidario estamos hablando?, eso me preguntaba todas las mañanas… pero siendo cristiana suponía y confiaba que en algún momento Dios iba a iluminar a todos los pasajeros del metro y los haría más “buenos”, o siquiera, más considerados. NADA. Todos los días igual.

Un día… como iluminación divina recibí la respuesta… y la verdad es que no se si fue de mi Dios o del diablo, pero me cambió la vida. Nuevamente estaba parada detrás de la fatídica línea amarilla… las puertas del infierno se abrieron… y pensé… “si me pongo de frente todos me mirarán, todos se darán cuenta que los quiero aplastar, y me sentiré culpable y por lo tanto no lo haré… pero si entro al infierno de espalda no miraré a nadie y sólo así podré entrar y llegar al cielo…” me volteé lentamente, y como una estrella de rock me abalancé sobre la masa y aplasté a todos los que iban en ese vagón, cosa que no había hecho durante enero y febrero, y aunque el viaje siguió siendo apretado y tortuoso, y por cierto acalorado, no tuve que esperar más por subirme a un maldito vagón.

Hoy, detesto el metro. A mi me gustan mis micros cochinas, mis nuevas transantiago o cualquier medio de locomoción alternativo. Saqué completamente el concepto de metro de mi cabeza, de mi memoria, de mis experiencias, y sigo adelante sin mirar atrás… ¿el metro te cuida, cuida el metro?..